A raíz de las noticias de estos últimos dos ´días, que sólo han sido para anunciar dolor, tragedia e impotencia, pues la violencia y delincuencia del contexto que me ha, que nos ha tocado vivir comienzo a verla más de cerca, y no me gusta, no quiero, no quiero acostumbrarme a ello, no deseo vivir aprendiendo a sobrellevar el miedo. Quiero resistirme. Y en medio de toda la tormenta, donde todo se mueve y nada es firme me pregunto: ¿dónde estás Señor? ¿Qué representas para mí? ¿Quién eres tú para mí? ¿Cómo eterna voluntad y perfecto plan irrumpe mi realidad y transforma mi existir? Todas y cada una de estas son palabras del desesperado, del que ve caer a los inocentes ante ese “monstruo grande que pisa fuerte” y calza bota de policía y militar.
¡Ah Padre!, aquí estoy una vez más desnudando mis sentimientos y vaciando mi interior en tu divina presencia, gracias por tu infinita paciencia, porque no te aburres al escucharme gemir, gracias por que respondes o guardas silencio, pero estás aquí. ¡Hay Señor mío! Refugio mío, eso eres para mí, refugio del dolor que causa el vivir en un mundo caído, lleno de avaricia y sed de dinero y poder, eres refugio del dolor y trauma de las acciones del pasado. Eres mi sentido, mi restaurador, el que da sentido al desastre, el que valora lo inestimable, el que habla cuando incluso yo me siento menos y no digno de escucharte. Eres quien me ama, me enseña amar y a recibir amor. Soy trasparente delante de ti y de mis amigos, quienes me conocen por quien soy, porque en cada escrito refleja todo de mi. ¡Ah Señor Jesús! Tú que caminas junto a mí, ¿cómo he de presentarme ante ti? Soy Abdiel, mi nombre significa “siervo del Señor”, y realmente lo soy por amor y convicción, ¿pero qué más? Mi lugar social es complejo, hay toda una carga cultural. Soy el que se duele con el dolor ajeno, el que guarda silencio porque quiero escuchar, el que te invita a conocerme, a quererme, a cuidarme. Soy débil, débil como todos. ¡Ah Señor! Cuanto más te conozco, quiero saber más de ti, en ti puedo encontrarme.
Gracias por mi familia, por mis amigos, por el amigo que se volvió hermano, con quien más he disfrutado las risas y el buen tiempo, el tiempo de pensar, el tiempo de callar, el tiempo de planear, reír, burlarse, protegerse, cuidarse… gracias por la amiga que se volvió amiga, a quien quiero, a quien menos entiendo, a quien más quiero, a quien me gusta descubrir sus muchos gestos y reacciones que la hacen única y singular, como cuidarse el cabello y peinarse en cada espejo, a quien quiero, con quien aprendo a caminar en tus caminos, a escuchar tu voz, a quien usaste para regresarme a ti y enamorarme de ti.
Gracias Dios porque como me conoces, sabes que necesito cuidados y has puesto gente a mi lado, gracias por la amiga que en sus abrazos y sonrisas encuentro tu alegría, por el hermano en donde descubro tu paciencia, tus cuidados pastorales, por el otro con quien puedo hacerme preguntas de tu creación y me ayuda a entenderte como Dios artista. Gracias por aquellos que pones delante de mí para ministrarme paciencia, por otros más que quieres que acompañe. Gracias por mi hermana, que ha estado cerca, cerca es desde siempre porque por alguna extraña razón –y lo digo con sentido del humor- Tú nos pusiste en la misma familia (somos un par de locos), gracias también por mi padre, quien me ha mostrado tu carácter, por la madre que me besa por las noches en la frente y me abraza, por mi hermana que no se calla y me enseña a ser ejemplo.
Gracias por tu gracia, por tu amor, que es lo que más necesito de ti, lo que más necesito recibir de los demás, por tus detalles, ¡ah Señor! Intento aprender a ser tan detallista con todos ellos como tú lo haz hecho conmigo. Padre gracias por ser padre, por todo, por las responsabilidades, por las circunstancias, por los amigos, por las personas, por todo. ¡Ah, estos últimos dos días han significado tanto! Pareciera que me sobrepasaba pero no es cierto, tu palabra me hace ver la Verdad, me hace sentir paz, calma, alegría, amar, caminar, planear, dar y hablar…
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