Algunas cosas simplemente hay que decirlas, pero más allá de la máxima de “la forma del contenido”, o como dices las cosas, hay un escalón más alto y de igual importancia que bien podríamos sintetizar en una frase útil como esta: “el para qué del contenido”. Nuestras palabras son importantes, el poder de la vida y la muerte está en nuestra lengua, de tal forma que conviene ser prudente en el uso de tal instrumento. De ahí que no se haya equivocado el sabio árabe que dijo: “Si lo que vas a decir no es más bello que el silencio: no lo digas”. En verdad tiene razón. Sin embargo, esta pequeña frase llena de verdad pudiera ser un pretexto para el hijo de Dios guarde silencio ante la realidad y que desea llevar una vida cómoda con el mundo, apartado de los problemas de la sociedad. Pero por otra parte hay un Señor al que pertenecemos que nos exhorta a levantar la voz por el oprimido y buscar justicia. Estas aparentes tensiones vuelven deliciosa la convivencia con el Creador y la comunidad.
A razón de nuestras palabras y el contacto con la Palabra se quedó en mi mente algunas preguntas e ideas que me han acompañado por algunas semanas. En una ocasión en la célula de estudio bíblico de la universidad estudiamos la carta pastoral de 1 Timoteo y fue un buen tiempo a tal grado de que aún hoy esa palabra sigue trabajando en mí.
1 Timoteo 1:12-17
12Doy gracias a Cristo Jesús nuestro Señor, que me ha fortalecido, porque me tuvo por fiel, poniéndome en el ministerio;
13aun habiendo sido yo antes blasfemo, perseguidor y agresor. Sin embargo, se me mostró misericordia porque lo hice por ignorancia en mi incredulidad.
14Pero la gracia de nuestro Señor fue más que abundante, con la fe y el amor que se hallan en Cristo Jesús.
15Palabra fiel y digna de ser aceptada por todos: Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, entre los cuales yo soy el primero.
16Sin embargo, por esto hallé misericordia, para que en mí, como el primero, Jesucristo demostrara toda su paciencia como un ejemplo para los que habrían de creer en Él para vida eterna.
17Por tanto, al Rey eterno, inmortal, invisible, único Dios, a Él sea honor y gloria por los siglos de los siglos. Amén.
Pablo escribe a su amado hijo en la fe con el fin de darle aliento en su labor dentro de la comunidad de Éfeso, “te escribo para que sepas cómo debe conducirse uno en la casa de Dios, que es la iglesia del Dios vivo, columna y sostén de la verdad.” (1Tim. 3:15).
El primer capítulo parece dividido en cuatro secciones, el saludo, después continúa una advertencia contra una doctrina falsa, un testimonio de Pablo y finaliza con algunas instrucciones para Timoteo.
En la segunda sección encontramos lo que nosotros bien podríamos denominar “un testimonio” de la obra que Cristo hizo en la vida de Pablo. En este punto es donde me quiero detener. Porque al leer esta carta la Palabra nos confrontó a todos en este acto piadoso de los cristianos, contar nuestro testimonio. Vaya, ¿quién es un testigo? Si nosotros damos testimonio de algo qué tenemos que decir, para qué… Continuemos y veamos como Pablo lo resuelve.
Pablo inicia de forma personal dando gracias a Cristo Jesús que le fortaleció, tomándolo por fiel y poniéndolo en el ministerio. Después el apóstol describe la condición en la que estaba cuando se encontró con el Señor: “siendo yo blasfemo, perseguidor y agresor; pero Dios tuvo misericordia de mí porque yo era un incrédulo y actuaba con ignorancia”.
Pablo expone sus credenciales que lo acusaban y eran acusaciones serias que lo ponían en problemas con Dios, en primer lugar: blasfemo, ¿Pero cómo blasfemaba Pablo siendo fariseo?; por el resto de las acusaciones: perseguidor y agresor, entiendo que se refiere a su actuar contra la comunidad de cristianos. Sin embargo, vemos la intervención de Dios “se me mostró misericordia”. ¿Cómo es posible que la misericordia sea suficiente para cubrir semejantes acusaciones? Encontré que la palabra en griego para “misericordia”, en esta parte es éleéthén, lo cual bien pudiera traducirse como “Fui objeto de compasión”; por otra parte vemos que también se tradujo como misericordia la palabra Éléos, que a su vez es la traducción al griego de la palabra hebrea hésèd que se puede traducir como amor. ¿Pero por qué Pablo dice que Dios le mostró misericordia y no gracia? Según el comentario de John MacArthur, “La misericordia difiere de la gracia en la que la gracia quita la culpa, mientras la misericordia quita la miseria que causa el pecado. Pablo recibió, junto con la gracia salvadora, el inmerecido alivio de la miseria”. [1]
De esa forma el apóstol inicia el relato a Timoteo de cómo la obra redentora de Jesús lo encontró, “entre los cuales [pecadores] yo soy el primero”. Al final de esta sección Pablo termina con una doxología, una palabra de gloria, alabanza y bendición: “Por tanto, al Rey eterno, inmortal, invisible, único Dios, a Él sea honor y gloria por los siglos de los siglos. Amén.” Leamos esto como resultado de un corazón que se sabe pecador pero que ha recibido de parte de Cristo el amor, gracia y misericordia. Lo que vemos aquí es el resultado del testimonio personal de Pablo, a una vida culpable y la intervención inmerecida, gloriosa y misericordiosa de Dios el apóstol solamente puede dar gloria a Dios.
¿Pero por qué Pablo incluye su testimonio? ¿De qué forma piensa él que podrá ser de provecho y aliento a su amado hijo Timoteo? Si lo leemos en su contexto, la sección anterior era un exhorto contra las falsas doctrinas, de tal forma que está poniendo énfasis en la verdad del evangelio, en la centralidad de Jesucristo, en su acción redentora, en su gracia, amor, y misericordia; por lo tanto ése mismo Jesús sigue dispuesto a dar gracia, amor y misericordia para el pecador más ruin que sinceramente se acerque a él. Para finalizar, Pablo deja de manifiesto que cualquier testimonio de la obra de Cristo en su vida está centralizado en la acción redentora de Jesús, para quien es toda la gloria.
Ahora, en muchas de nuestras congregaciones o reuniones acostumbramos a “dar nuestro testimonio” a la comunidad [Algunas cosas simplemente hay que decirlas, pero más allá de la máxima de “la forma del contenido”, o como dices las cosas, hay un escalón más alto y de igual importancia que bien podríamos sintetizar en una frase útil como esta: “el para qué del contenido”], pero ¿Por qué lo hacemos? ¿Cuál es la verdadera intención en nuestro corazón al hacerlo? ¿Qué decimos, de qué damos testimonio? ¿Lo hemos vuelto la oportunidad para demostrar ante la comunidad lo pecadores que fuimos y lo santo que ahora somos? ¿Hablamos más sobre lo que era y agregamos el “pero ahora yo”, “por eso ahora yo”, “desde entonces yo”, “ahora hago”, “ahora digo”? ¿Utilizamos ese tiempo para demostrar la espiritualidad en nuestra vida? ¿Nuestro testimonio es de aliento?
Vimos que Pablo centró su testimonio en la persona de Jesús y su obra en su vida y no al revés, “yo en la obra de Jesús”; asimismo finalizó diciendo: “por tanto”, es decir, por todo lo anterior, “al”, es decir, a una persona: “el Rey eterno, inmortal, invisible, único Dios”; “sea”, o en otras palabras, de Él sea todo el crédito de la obra: “Él sea honor y gloria por los siglos de los siglos.”; y termina exclamando: “Amén.”, que quiere decir así sea.
Pensemos en unos momentos en aquellas veces que escuchamos “testimonios” que fueron más una oda a los pecados del “testigo” y que centra el tiempo en lo que era, minimizando la acción de Jesús; o en otros donde el “testimonio” se convirtió en una exposición de la espiritualidad del autor: “ahora yo hago, ya no soy así, ahora soy…” y el “yo” deja de lado a Jesús. ¿De qué manera nos convertimos en testigos experimentadores de la gracia, amor y misericordia de Jesús, de tal manera que nuestra vida conduzca a otros a reconocer la obra salvadora de Dios en Jesús? ¿Cómo nos convertimos en señales que apunten a Jesús? Por lo tanto, si hemos de hablar, seamos conscientes de que damos testimonio de Jesús y su obra y no de nosotros; así, centraremos la atención en Cristo -de quien damos testimonio, en su gracia, amor y misericordiosa para todo el pecador, por lo que damos gloria a Dios.
Algunas cosas simplemente hay que decirlas, no las podemos callar, pero más allá de buscar la “forma correcta de hacerlo” -la máxima de “la forma del contenido”- pensemos en el para qué de lo que digo. Si habremos de dar testimonio que sea de Jesús y su obra en nosotros para que anime a la comunidad a seguir compartiéndole y a los que no lo conocen a buscarle, pero sobre todo, que al hacerlo no tengamos otra opción que dar gloria a su nombre al recordar su obra en nosotros. Así sea.
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