miércoles, 26 de noviembre de 2008

Don Pedro... Ojos en la eternidad.

Como recuerdo a Don Pedro,
un hombre que olía mal.
-No tanto como este mundo-
Solía colgar su crucifijo cerca de su cabecera.

El cáncer le hacia oler así.
Su rostro, se despintaba cada día.
Parecía un atardecer,
Pero un atardecer triste. Una luz tenue.

Los primeros meses de su enfermedad,
se le veía un brillo en sus ojos,
un miedo vestido de fortaleza.
Nunca quiso preocupar a su mujer,
-que siempre nos recibía con una taza de café con leche
y unas galletas María-.

Me daba cuenta de su decrepitud,
al apretar su mano.
Los huesos hablaban más que los doctores.
La piel delgada,
anunciaba su muerte.

Cuando tocaba su puerta y el oía mi voz
su mujer decía: ¿Quién?
Se acomodaba en su cama y se decía ser el hombre mas tranquilo del mundo.
Pero una sonrisa lánguida lo delataba.

Los últimos días,
Ya no podía abrir sus ojos.
Buscábamos su voz. Ya no tenía fuerzas para evocar.
Cada tos le arrancaba un suspiro.
Era una carnicería su lucha.

Ya las jeringas habían perdido su confianza,
las odiaba.
Sus latidos cada vez mas lentos,
le hacían ver en una sola imagen su pasado.
En una sola.
Le oí decir siempre: Dios sabe el porque, el nos tiene en su mano.

En el invierno frío,
Donde amanecen las charcas hechas hielo.
Y los vagabundos en las calles con las narices moradas.
Amaneció inmóvil su cuerpo.
Su cuarto dejo de oler a café.
No le vi en su último día.
Solo deseaba verle en el día de su partida sin decirle palabras fatuas.
Sino para verle el pecho inflarse una y otra ves,
Tomado de su mano.

Al siguiente día,
amaneció oliendo a tequila toda la sala.
Entre en su alcoba.
Sola.
Recorrí con la vista pesada todo el dormitorio.
una vela prendida, un rosario en la pared,
su comida en polvo, su cama y la Biblia que le regale.

Llore, llore todo lo que nunca llore en su presencia.
Llore porque sentí algo desprenderse de mi.
Llore sus manos, sus palabras y sobre todo llore sus
Ojos amarillos que siempre veían a la eternidad.

Hoy le recuerdo distante,
Tan distante como mi hogar.
El se llevo parte de mi sangre donada.
Pero yo me quede con parte de su sueño pensado.
“La eternidad al lado del Creador”

2 comentarios:

Javier dijo...

Hace unos meses murió mi vecino, con las mismas características. hubiera querido haber tenido estas oportunidades que te han sido regaladas. Algo hay para la memoria...

Abdiel dijo...

Mi vecino, Don José, murió en su casa, no lo vimos en tres días y se nos hizo raro porque siempre salía en las mañanas a barrer la calle. Mi papá se preocupó y habló a la policía, los oficiales pidieron permiso por radio para entrar, abrieron la puerta de la calle y no se preocuparon porque lo pudieron ver por la puerta, "ahí stá", dijeron. Tristemente pudieron ver las moscas que intentaban entrar por la ventana, ya estaba muerto y en estado de descomposición, el forense dijo que tenía por lo menos dos días fallecidos. No tenía hijos en Tijuana, no supieron que su papá murió, ahora mismo quién sabe si lo saben.
Yo, en algunas ocasiones que recorría el pasillo que divide mi casa de la suya lo escuchaba cantar alabanzas, otras veces lo alcanzaba a escuchar mientras oraba, decía: "gracias Padre, te alabamos".
Murió en su casa, no tenía familiares cerca pero estoy seguro que no murió solo, encontraron su cuerpo junto a la cama, pequeñito, como arrodillado, queriendose recostar.
Tu texto me evoca una persona y un nombre en particular, don José. Me llena de sentimientos.
Gracias Samy.