Desde que regresé.

No había escrito acá desde hace más de un mes. Aún no he sabido como resumir mi verano en pocas palabras y compartirlo con gente a quien amo y me acompaña, y ahora mismo que escribo no lo sé. Hablaré en voz alta, sin planear lo escrito, de manera espontanea les diré lo que hay en mi corazón e indudablemente se hará presente mi Eterno Compañero, la única constante de mi vida.

Los regresos nunca son sencillos, despues de viajes con tanta emoción, desafío, nuevos rostros y palabras, a lado de profundas irrupciones de Dios en la vida, los planes y los sueños, siempre nos encontramos en la encrucijada y la tensión. Confieso que me gustan estos momentos de incertidumbre que tanto nos identifican como humanos, que tantas dudas e inquietudes nos provocan, nos obligan a preguntar, a cuestionar, a clamar, a no quedarnos callados y a callar y escuchar después. Conozco un hombre que rompe los silencios, y nos invita a unirnos a su movimiento, a su sueño, a la esperanza por la que él ya ha pagado para que disfrutemos.
Este verano, que aún no termina fue esa invitación renovada, con una interpretación a partir de mi realidad, con una nueva respuesta de mi parte, desde lo que soy y ahora he conocido, y nuevamente provee espacio de lucidez para ver la integración de mi vida en el todo de Dios. Pero son sólo momentos, de esos providenciales que dan el empuje para seguir hasta siempre.
Hoy lucho, y como dice un poeta uruguayo, somos mucho mas que dos.
En Cristo y por Él.