Después de las diez y cuarto
Después de las diez y cuarto todo es diferente, por un lado, la oscuridad tapiza el fondo del cielo para que las estrellas puedan brillar en todo su esplendor. Pero abajo, para desgracia de todos, también cubre el rostro del ladrón, del que espera en la esquina a su próxima victima, nervioso como el resto de las ocasiones, sudando y sintiendo dentro de su bolsa el frío del metal con el cual cometerá su delito. De mirada inquieta, cuidadosa de todas direcciones, esperando el momento preciso.
Después de las diez y cuarto todo es diferente, las largas filas para subir al autobús desaparecen, los choferes tienen un rostro más sereno, más despiertos, cuidando a todo al que suben. Sus temores afloran en las continuas mirada hacía el espejo central, vigilantes de todo movimiento en el asiento de atrás. En la radio, música más suave, continua, sin tantas interrupciones.
Después de las diez y cuarto todo es diferente, las personas actúan distinto, se saludan al subir con un seco: buenas noches.
Después de las diez y cuarto todo es diferente, las aceras se descongestionan, los faroles se despiertan y la luna reina en la ciudad, radiante y hermosa como siempre, adornada con una tiara de estrellas, totalmente ajena a la tierra. Se presenta bella y codiciada, inalcanzable pero presente, único punto de referencia en la oscuridad de la noche, convertida en actor principal en la escena del romanticismo casi místico que envuelve a la ciudad. Ella es la invitada especial, joven compañera de la tierra, cual enamorado visita a su amada por las noches, puntal a su cita diaria.
Después de las diez y cuarto todo es diferente, la ciudad descansa, o al menos eso intenta mostrar, se vacía de autos y recorre sus propias calles, se sienta al lado del indigente, que es su hijo más amado, aleja a los niños del malvado, conduce a los extraviados por entre sus atajos, se señala a si misma como su dueña. Se aíra contra los irreverentes que la contaminan, con aquellos que la recorren en busca de derramar sangre inocente. Se sorprende con la pérdida de un árbol, se entristece con el perro atropellado, que permanece a media calle aullando de dolor, lanzando aullidos destinados a conmover un corazón humano que pudiera darle auxilio, pero que se agudizan más y conmueve mucho más, al punto de hacer llorar cuando no encuentra respuesta, porque simplemente el humano extravió en el camión su corazón o se excusó diciendo que se lo llevaron la noche anterior el ladrón.
Después de las diez y cuarto todo es diferente, una pequeña ventana hace las veces de televisión de 19 pulgadas, presenta una programación variada, infantil y clasificada, totalmente objetiva, no añade ni opina, permite que la realidad entre de afuera hacia dentro por medio de ella. Todo es real, objetivo, no obstante, su principal error radica en su falta de carácter totalizador, globalizante, porque es excluyente y rígida, no va más allá de su pequeño marco, todo lo que cabe dentro de el es, el resto, es subjetivo, cuestionable, poco fiable y científico. Una ventana que a 60 kilómetros por hora reproduce un cortometraje sobre la ciudad difícil de captar por un lente, siempre fresco, nunca actuado. Inicia con una historia, puede ser cualquiera, según el lugar donde cierres la puerta, continua hasta llegar al clímax y desenlace o se consume antes de alcanzarlos. Esta programación al fin de cuentas, también es tendenciosa, porque la interpretación de ésta produce efectos distintos en cada televidente, en ciertos produce coraje, a los menos les es indiferente y la mayoría la ignoran, cerrando la ventana o volteando hacia otra parte…
Después de las diez y cuarto todo es diferente, las fronteras se vuelven reales, los muros que separan se tornan gigantes, las bardas que protegen destruyen esperanzas, los guardias que protegen destruyen y acaban con vidas que cruzan en busca de esperanzas. Las filas para entrar al cielo se duplican, más cuando es hora de la comida, porque todos quieren cambiar de mundo, sentirse diferentes y respirar aire más puro, más civilizado. Muros y muros altos, tan altos que lleguen hasta el cielo e impidan a las nubes cruzarlo, tan altos que detengan a cualquier sueño para deportarlo. Muros tan altos que no permitan entrar al salvaje y al mismo tiempo no deje escapar al sedado. Muros tan altos, que por un lado lo adornan cruces, circuitos de cámaras y cables electrificados, mientras que por el otro simplemente se pretende hacerlo olvidado.
Después de las diez y cuarto todo es diferente, el indigente blasfema contra los santos, murmura y les recuerda de lo que son faltos, levanta la mano en contra de los que son dueños del monopolio de la verdad y que la venden en pequeños frascos, de vidrio con presentación elegante, con fotografía a color y de calidad en la etiqueta, pero que oculta la fecha de caducidad y el lugar de fabricación. Que gritan pestes de los millonarios del discurso, que tiene origen detrás del púlpito, y hacen escaparlos desde un pecho airado, atravesando cuerdas bocales roncas y labios mentirosos, para terminar resonando en la concurrencia somnolienta, que asiste al final de cada enunciado con un afirmación dogmatica, irracional y alimentada por la práctica y la tradición. En contra de los de corbatas largas y camisas limpias, de planchado impecable y de puños limpios, limpios por no remangarse nunca para tender la mano. Contra los que juegan a ser pastor pero en el intento sacrifican a sus ovejas o las venden al mejor postor, en contra de los que trabajan como dueños pero sienten menos amor que un jornalero. Por supuesto, en contra de los guías de ciegos, que viven con el libro bajo el brazo para enseñarlo más nunca para consultarlo. Contra todos esos que se dicen hermanos pero que no entienden su significado, que semana a semana asisten a un sitio de cuatro paredes como si fueran al club social, a descansar su cuerpo y su conciencia, esmerándose en sacar la paja del ojo ajeno y midiendo constantemente la santidad para evitar que la calidad del producto caiga y les haga perder la credibilidad. En fin, en contra de todos aquellos que construyen sobre lo inconstruible, que se esmeran por producir seres perfectos, y que tratando de ser moldes para los demás terminan por quebrarse…
Después de las diez y cuarto todo es diferente, unos duermen otros leen, unos se asombran al ver las noticias, otros se contentan con tener casa y cena caliente, algunos lloran pero lo hacen en silencio, pero no es por vergüenza, es mas, tal vez ni siquiera lo hacen en silencio, sino que es nuestro oído el que cada vez va muriendo al dolor ajeno.
Después de las diez y cuarto todo es diferente, todos guardan silencio y la consciencia diserta su conferencia, después de las diez y cuarto todo puede pasar, hay tiempo para cualquier actividad, jugar, dormir, soñar, meditar, orar, llorar, cantar, caminar, divertirse, beber, orar, comer, ver, sentir, meditar, orar. Después de las diez y cuarto, según yo, algo parece cambiar. Intente escribir unas líneas para investigarlo y llevo varias sin poderlo encontrar.
Después de las diez y cuarto…
1 comentario:
Leído... hay tantas cosas que hacer despúes de esa hora... no creo poder recordar cuantas he hecho yo, no se diga el mundo...
Javier
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